martes, 8 de septiembre de 2015

Capítulo 1



Debajo de la manta todo es más fácil, es como una especie de mundo que creas y al que te acoges para no tener que contemplar el verdadero. Debajo de la manta todo es más fácil, la única oscuridad es la que envuelve tu cuerpo. Es como un caparazón que te protege de los pies a la cabeza, como una armadura infranqueable que los problemas no logran penetrar.
«Ojalá todo fuera siempre tan fácil como lo es debajo de la manta» piensa mientras exhala la bocanada de aire que acaba de inhalar.
Abrumada por todos sus pensamientos, exaltada por todas las desgracias que le han ocurrido, pero emocionada por la fortuna que le espera, hace lo único que se le podría ocurrir en un momento como éste: junta sus labios en forma de flor y trata de emitir un sonido similar al de un silbido. Del orificio de su boca sale un aire chirriante y agudo, parecido al que produce el viento cuando se cuela dentro de casa a través de una finísima ranura que deja la ventana al no estar completamente cerrada. Cierra los ojos y nota cómo su corazón va recuperando su ritmo habitual, calmado por una melodía en la que las notas son lo de menos.

¿Te quieres callar de una vez? La estruendosa y enfurecida voz de Aedes retumba entre las cuatro finas paredes—. Algunos mañana nos tenemos que levantar pronto para trabajar señala en tono despectivo.
A ella ya no le molestan ese tipo de frases, está acostumbrada. Aunque le gustaría recordarle que ella también tiene que levantarse pronto para ir a la escuela, y por la tarde estudiar y ayudarles con el trabajo, así que, en comparación, su día estaría mucho más ocupado.

 Pero Aedes no lo ve de esa forma, y tratar de convencerle de lo contrario es perder un valioso tiempo que puede emplear en intentar dormirse. O en silbar. ¿Por qué no intentar silbar de nuevo? Pero esta vez más bajo, para que ni siquiera él, tan cercano, y con un agudizado sentido del oído, pueda percatarse. Apenas ha empezado a llenar su cueva particular de aire suave cuando una voz le vuelve a interrumpir.
—Iris dice Salix metiendo la cabeza debajo de las sabanas—. Será mejor que no sigas haciendo eso susurra en tono gentil—. O Aedes se va a enfadar aún más.
Perdón. Es que, es que...
Es que la calma, aplaca los nervios que deambulan de un lado a otro por todo su cuerpo, recordándole lo que la lógica siempre le transmitió: que el triunfo está al alcance de sus manos. Pero no lo puede reconocer, sonaría extraño. Y cuando explicara la razón por la que silbar le tranquiliza nadie lo entendería. Ni siquiera su hermano.
Ya, lo sé. Mañana te dan las notas y no puedes dormir. Pero lo harás bien afirma acariciándole la cabeza.
 Aunque tienen la misma edad, él siempre se ha sentido el hermano mayor, el responsable de su cuidado y bienestar. Y ahora más, ya que desde hace casi un mes, es el único que realmente se preocupa por ella.
Eres muy lista, eres la única de la familia que ha conseguido llegar tan lejos y estoy seguro de que mañana te dirán que has sacado en todo sobresalientes y por fin podrás...
Salix se ve obligado a dejar la frase a medias y sacar la cabeza a la superficie gracias a una tos ronca y persistente que casi parece que le vaya a provocar una asfixia. Tan sólo se detiene para coger el aire necesario para seguir respirando.
Lo que me faltaba ¡Y ahora el otro se pone a toser! —exclama Aedes con exasperación—. ¿Recuerdas lo que te dije el otro día? Pues hoy igual, como no pares de toser en cinco minutos te largas fuera a dormir.
Pero no es culpa suya alega Iris con un hilo de voz, asomando la cabeza.
Pero, a menos que hables en susurros, hasta el tono más bajo se puede escuchar cuando entre dos camas hay poco más de un metro de separación.
Ah, y es culpa mía, ¿no? pregunta él, sarcásticamente—. Ahora resulta que es culpa mía que el crío tenga tos.
Se produce el silencio sepulcral en el que ambos albergan la esperanza de que Aedes haya terminado con su incesante monologo.
No, en serio, por favor dime si yo soy el responsable de que tosa insiste, con un tono acusatorio disfrazado de sarcasmo—. ¿Eh? ¿Soy yo? ¿Eh? cuando se trata de recriminar algo, Aedes tiene la pesadez de una montaña.
No responde ella con irritación.
Pues entonces, digo yo que si no tengo la culpa tampoco voy a pasarme la noche en vela por su tos explica, malhumoradamente, como si su conclusión fuera irrefutable.
Iris suelta un bufido que contiene todo el odio que no se le permite expresar con palabras.
Tranquila susurra Sálix—.Ya se me ha pasado.
Pero esa tos provoca que resurjan en ella recuerdos amargos, con sus correspondientes sentimientos. Las imágenes y pensamientos giran como un furioso torbellino que debe compartir para que no le hiera tanto.
Mañana es doce comenta Iris, como si con tres palabras su hermano pudiera entenderlo todo.
Y de hecho, lo entiende. Su resoplido lo confirma.
Lo sé. Se cumplirá un mes.
La echo de menos. Mucho.
Y yo...
Una tos rebelde vuelve a azotar el pecho de Salix.
Voy a salir informa él, incorporándose en la cama.

A cada centímetro que su espalda se separa del cochón, éste pronuncia un desagradable y agudo crujido.
Aedes emite un gruñido que indica que su paciencia se está agotando
No irás a pasar otra noche fuera, ¿verdad? murmura ella, atemorizada de que las amenazas de Aedes hayan surtido efecto y su mellizo vaya a quedarse a merced de la poco amable intemperie.
No. Enseguida vuelvo anuncia mientras se pone lo que, en medio de toda la oscuridad puede intuir que son sus zapatos.

En un hogar tan pequeño no cuesta encontrar cualquier cosa, porque todo está tan concentrado en tan escasos metros que nada queda nunca demasiado alejado. Así que, incluso a tientas, no le resulta difícil encontrar el perchero de madera del que cuelgan cuatro abrigos. Cuatro abrigos para tres personas. Miles de agujas pequeñas se clavan en los corazones de ambos hermanos cuando contemplan la chaqueta de su madre, y penetran hasta el más oscuro fondo cuando la escogen por error, o cuando están tan cerca que el olor que ella dejó impregnado vuela hasta sus fosas nasales.
Iris no se esfuerza en tratar de discernir a su hermano, sin ni un gramo de luz es imposible, y las lámparas no se encienden a estas horas. Sin embargo, cuando escucha un tintineo metálico, reconoce el sonido que provoca el choque de unas llaves con otras, y cuando identifica el irritante chirrido de una puerta desgastada al abrirse, sabe que Salix ha migrado de una oscuridad a otra antes de que la puerta se cierre tímidamente.
Ella se vuelve a echar la raída y áspera manta a la cabeza para protegerse del mundo, no sólo porque sea poco agradable, sino porque también es frío. No es una noche especialmente gélida, pero necesita cubrirse las orejas para evitar que se le hielen. Siempre se le congelan las orejas. Si no le permitieran oír, las odiaría.

En la lejanía, una tos sufrida y angustiosa va disminuyendo de volumen, y sabe que Salix se está apartando de la casa para que no puedan escucharlo. Iris sube las rodillas hasta la altura de su pecho y se agarra a sus piernas como si fueran un ser querido al que no desea soltar. Trata de no pensar en su hermano, o en cómo el frío nocturno  estará empeorando sus pulmones ahora mismo. Sin embargo, su mente se encuentra constantemente asaltada por dolorosos recuerdos que impiden que sus párpados caigan de sueño.
No lo soporta más, así que decide levantarse sigilosamente y despacio, procurando que el descargar el peso de su cuerpo no provoque ni el más mínimo ruido. Cuando un leve crujido rompe con la armonía del lugar, aprieta con fuerza los dientes y los ojos, como si así se pudiera librar del grito que le espera.

Pero no, Aedes no dice nada. Abre un ojo, dubitativa, y luego el otro, ya más aliviada. No hay una notoria diferencia entre la oscuridad que se te aparece al cerrar los párpados y la que tienes delante de tus narices cuando la luz no hace acto de presencia.
Opta por no coger los zapatos, está convencida de que se encuentran por algún lugar debajo de la cama, pero ha corrido demasiados riesgos por el momento y no quiere tentar a la suerte, Aedes nunca le ha mandado a fuera a dormir, y no tiene ninguna intención de que ésta se convierta en la primera vez.
 Eso sí, se asegura de coger su abrigo, sabe que es suyo, el de Salix lo lleva él mismo, el de Aedes es mucho más grande y el de su madre lo colocó de cara a la pared para no volver a confundirse nunca más. Se echa la prenda de paño a los hombros, a modo de capa, y acaricia las mangas para que el roce de la textura áspera y llena de motas le otorgue calidez a las yemas de sus dedos. Anda de puntillas, teniendo sumo cuidado en cada paso que da, esperando con toda su alma no tropezarse con nada de camino a la puerta.
Su corazón deja de latir en el instante en el que el aire se llena del chirrido que provoca la manivela al bajarla, pero recobra vida cuando sus pies se posan sobre el gélido y liso cemento que rodea su hogar y cierra la puerta tras de sí.
El frío nocturno se derrama sobre su cuerpo como un jarrón de agua helada y, de nuevo, las que peor lo pasan son sus orejas. Tan rápido como le es posible se cubre con la capucha para calmar esos dos cubitos de hielo que lleva pegados a ambos lados de la cara. Todavía se puede observar su cabello rubio platino, casi blanquecino, pegado a su cuello, fluyendo hasta su pecho.
El cielo es una gran mancha de tinta negra sin ningún diamante que la adorne, sólo la sonrisa de oro blanco que forma la luna cuelga de él. Más abajo, las únicas luces que se pueden ver son los pequeños puntos brillantes que surgen de las robustas casas que se erigen a los lejos, además de las que emiten los altos edificios que crecen detrás de éstas, que parecen luciérnagas estáticas.
Pero la oscuridad que envuelve a Iris también abarca una amplia zona, y se extiende por varios cientos de metros a la redonda. Mira hacia ambos lados, mas si su hermano se encuentra cerca, no consigue distinguirlo. De repente, un sonido brota de la nada: la tos de su hermano. Se deja guiar por su oído y sigue adelante, en unos cortos pasos ya se haya en la parte trasera de la casa situada delante de la suya. La rodea hasta llegar a la entrada, pero entonces el sonido se apaga. No importa: puede ver la sombría y larga silueta de Salix.
¿Te encuentras mejor? pregunta ella cuando está lo bastante cerca, lo cual provoca que su hermano de un respingo al oír su voz.
¡Iris! ¿Qué haces aquí? Te he dicho que volvía en un rato. Ponte bien el abrigo, que te vas a resfriar le regaña, con el tono firme pero amable con el que lo haría un padre.
Como tú replica ella con la dulce vocecilla que le caracteriza. Sin embargo, le obedece e introduce las manos en ambas mangas.
Sí... como yo. reconoce, adoptando una expresión mucho más seria y agacha la cabeza al suelo—. ¿Has venido descalza? dice mirando sus pies desnudos. ¿En qué estabas pensando? Puedes pisar cristales rotos.
No pasa nada. No es la primera vez que salgo descalza por la noche se defiende Iris, aunque enseguida cae en la cuenta de que no debería de haber dicho eso, ahora él querrá saber más.
¿Tú? ¿Para qué? pregunta él, sorprendido ante tal revelación.
Ella sacude la cabeza.
Para nada. Es... Es una tontería repone, agachando la cabeza hasta ver sus pequeños y claros pies rodeados del cemento gris oscuro, que parece negro gracias a la falta de luz.
Para mí no lo será.
Es que...
Iris duda, nunca le ha contado aquello a nadie, ni siquiera a su madre, tenía miedo de decírselo a cualquiera. Ellos siempre han sabido su deseo, pero quizás podrían considerar su secreto no como un sueño, sino como una locura o estupidez. Pero, a estas alturas, ¿qué más da? Ha superado obstáculos de los que nadie la creía capaz, y sólo le queda un año para alcanzar lo que tanto anhela.

Es que a veces salgo por la noche y trepo hasta el tejado de casa, o me quedo por la acera, para mirar las casas de los Alfa reconoce ella, al fin.
Iris levanta la vista al cielo para contemplar los miles de puntos de luz artificial.
Y me imagino que yo soy uno de ellos, y que vivo allí conforme va hablando, su voz se llena de emoción y brío—, que tengo una habitación para mí sola, que hay un cuarto sólo para la tele, y otro para cocinar.
¿Y qué pasaría con nosotros? Porque Aedes y yo seguiríamos siendo Betas.
Iris mira a su hermano, que ahora es quien observa las casas y los edificios lejanos.
Os llevaría conmigo, por supuesto asegura, volviendo a mirar al brillante horizonte—. Diría que sois mis criados pero en realidad nos repartiríamos las tareas y viviríais en mi casa.
Me parece que eso no está permitido.
Si el Alfa es de la familia sí que te dejan...
Iris reflexiona un momento, porque la verdad es que no está muy convencida de lo que acaba de decir
Creo termina ella, sin mucho convencimiento.
¿Y cómo lo sabes? En esta ciudad sólo hay un Beta que haya pasado a ser Alfa.
Salix se refiere al señor Novus, el único “convertidocomo se llaman coloquialmenteque queda en pie en toda la ciudad de Magunda, en la que ellos residen, y la única que han conocido en su vida.
Nunca había llamado la atención el hecho de que un tiempo atrás hubiera sido Beta, pero poco a poco lo Alfas transformados de mayor edad fueron falleciendo, mientras que ninguno de los nuevos Betas lograba la conversión, por lo que cada vez quedaban menos y su raza resultaba progresivamente más rara, y con ello, más llamativa.
Se rumorea que, hace unos años, la mayoría de convertidos se prestaban a que la prensa les entrevistara, e incluso alguno que otro ayudaba y aconsejaba a algún joven Beta que aspirase a transformarse en Alfa, pero el señor Novus siempre se negó. Hace dos décadas obtuvo la jubilación en el juzgado municipal en el que trabajaba como juez de tribunal, se encerró en su mansión en el número cuarenta y seis del barrio  número nueve y nadie lo volvió a ver.
Por aquel entonces, tan sólo quedaban dos convertidos. Sin embargo, cuando el otro murió dos años después, decenas de periodistas y de Betas jóvenes se agolparon en las puertas de su casa con la intención de interrogarle o pedirle ayuda, pero ninguno obtuvo lo que deseaba. Se sabe que está vivo por las luces de su casa y porque sus criados entran y salen constantemente de ella para hacer los recados necesarios. Se les ha preguntado varias veces por qué su jefe lleva enclaustrado tanto tiempo, pero ellos sólo contestan que no pueden decir nada de lo que sucede en esa mansión o a su dueño.
Pues el año que viene habrá dos convertidos responde ella con seguridad.
Lo de Iris podría fácilmente confundirse con soberbia, aunque los pocos que la conocen bien saben que no es nada arrogante, sino que tiene plena esperanza en que todo mejorará. Y, si eres un beta, la mejoría pasa necesariamente por la conversión. No hay otro camino.
La certeza de que conseguirá ser Alfa no es infundada, ha aprobado todos los cursos anteriores del instituto y sólo le queda uno para entrar a la universidad, lo cual le brindará por fin la oportunidad de su tan ansiada transformación. Pasar de curso siendo Beta no es fácil, debes conseguir como mínimo un nueve sobre diez en todas las asignaturas para considerar que estás aprobado, lo cual al principio no es muy complicado, pero la dificultad se va incrementando y cada curso es más enrevesado que el anterior. Esa es la razón por la que hay tanto absentismo y abandono escolar, y por eso Sálix dejó los estudios hace dos años.
¿Nunca has contemplado la posibilidad de que no consigas ...?
¡No lo digas! le interrumpe Iris abruptamente.
Sus grandes y negros ojos se abren ampliamente y parecen dos bolas de ping pong oscuras.
No puede soportar pensar siquiera en ese escenario hipotético, cualquier mención sobre la probabilidad de no alcanzar su meta le hace estremecerse y se convierte en un gran jarro de agua volcando sobre la esperanza que arde en su interior, hasta reducirla a las cenizas de lo que solía ser su sueño.
No lo digas repite ella.
Se da cuenta que mantiene los ojos abiertos con tanta fuerza y rabia, que el izquierdo se entorna involuntariamente y comienza a temblar, así que los devuelve a su estado habitual para cesar ese tic.
Lo siento. Es que no quiero que te hagas muchas ilusiones por si luego te llevas una decepción se excusa él.
Ella sabe por qué lo dice, sucedió lo mismo cuando su madre enfermó. Iris constantemente les aseguraba a ambos que todo saldría bien, que se iba a curar. Incluso cuando por fin pudo ir al médico y éste le comunicó que necesitaba una operación para seguir con vida, ella seguía convencida de que se arreglaría, de que los Luctor, sus jefes, se la pagarían. Pero no fue así.
El día en el que se enteró que su madre no sobreviviría porque ellos se negaban siquiera a prestar una parte de su inmensa fortuna para salvar la vida de una empleada, una parte de ella murió para siempre. Ese mismo día fue cuando realmente se dio cuenta de lo que sentía por sus jefes: odio, asco, repugnancia e indignación. Poco después, esos sentimientos se propagaron, por extensión, al resto de Alfas, y al sistema por el que se regía el país entero.
Siempre había anhelado llegar a ser uno de ellos, pero entonces se percató de que, aunque vistieran prendas lujosas y presentaran un aspecto impecable y elegante, su corazón podía estar tan podrido y lleno de miseria como el de cualquiera.
Se podría decir que fue entonces cuando realmente empezó a plantearse el por qué dividir la sociedad en dos mitades, por qué a los que estaban en la cima les resultaba tan fácil permanecer arriba mientras que a los del fondo les era casi imposible subir. Ya no quería ser un Alfa, no, pero se negaba a continuar sirviéndoles. No deseaba ser cazador, pero tampoco presa, tan sólo ansiaba pasear tranquilamente por el bosque. «Ojalá existiera una tercera opción» había pensado, enfada e impotente, más de mil veces.
Pero no la había y no la habrá, así que la única alternativa que le queda es convertirse en uno de ellos sin ser como ellos. Ella no acabará de esa forma, sabe lo que es pertenecer al bando desfavorecido, y, tan pronto como se transforme en un Alfa, ayudará a los Betas que lo necesiten y les prestará su apoyo, tanto moral como económico.
Escúchame pide sosteniendo la parte inferior del brazo de Salix—. Esto se va a acabar. Y estoy segura de ello. Porque esta vez no depende de otras personas, sino de mí. Piensa en nuestra vida dentro de unos años. Estaremos viviendo en alguna de esas casas dice señalando a las motas de luz que se extienden hasta más allá del horizonte—. Recordaremos esta conversación y nos reiremos por haber temido alguna vez que no se pudiera cumplir todo aquello asegura, al tiempo que un sonrisa se forma en sus finos y rosados labios—.Te prometo que el año que viene nuestra vida será muy distinta.
Salix se pasa una mano por la frente al tiempo que suelta un bufido. Su cabello es tan negro que se funde con la oscuridad de la noche.

¿Qué pasa? ¿Es que no me crees? pregunta Iris disgustada.
No es eso un resoplido más cansado sale de su boca y mira a su hermana melliza. Es que no quiero que toda esa responsabilidad recaiga sobre ti. No quiero que sientas que eres tú la que nos tiene que sacar de la pobreza, y que si no lo consigues la culpa de que nos quedemos así será tuya. Yo, por ejemplo añade, apuntándose el pecho con los cinco dedos—, también podría haber hecho algo.
Ya has hecho más que de sobra contesta Iris, mirándole a los brillantes y vibrantes ojos azules.

Y es cierto, ha hecho mucho. Cuando eran más pequeños las calificaciones de ambos iban a la par, pero hace casi dos años, cuando estaban en cuarto curso del instituto, cumplieron quince, lo que para los jóvenes Beta significaba que ya estaban autorizados a realizar el trabajo que les correspondería cuando fueran mayores a menos que llegasen a convertirse en Alfas. En su caso, ser criados de una familia Alfa, al igual que lo eran sus padres, y al igual que lo habían sido sus abuelos y toda su familia en línea ascendente.
Técnicamente, no están obligados a trabajar si continúan estudiando, pero a esa edad surge un inconveniente, un inconveniente que lleva persiguiendo y atormentado a su raza desde que se creó: la necesidad de obtener más dinero para vivir.
Cuando una pareja Beta tiene un hijo, sus jefes están obligados a mantenerle, es decir, que aunque no realicen ningún trabajo deben proporcionarles la alimentación básica para vivir y un techo en el que refugiarse (obviamente, la casa de sus padres). La mayoría de edad está fijada en los quince años, de modo que cuando los cumplen se consideran adultos y, como tales, deben pagar la comida y la casa con el sudor de su frente. En otras palabras, deben trabajar o serán expulsados de su hogar. 

Acarrear un nuevo empleo se traducía en menos horas para estudiar, y, aunque no debían trabajar tanto como sus padres por ser los primeros años, siempre les faltaba día. Enseguida Salix se dio cuenta de que les sería imposible conseguir el tiempo necesario para cumplir con el servicio a los y memorizar los libros de todas las asignaturas del colegio, al menos no lo bastante bien como para sacar las notas que requerían para pasar de curso.

 Iris intentó con todas sus fuerzas compaginar ambos mundos, muchas noches apenas dormía, se aprisionaba entre las estrechas paredes del cuarto de baño y se permitía el lujo de gastar una vela para iluminar las hojas que correspondían a la lección que estaban dando en ese momento y aprenderla Salix le pilló un par de veces y por supuesto no la delató a sus padres, pero se percató de que, aunque su hermana se creyera capaz de todo y estaba dispuesta a luchar a viento y marea para conseguir la conversión, ningún ser humano puede aguantar esa tortura durante tanto tiempo.

Esa es la razón por la que la mayoría de Betas abandonan la escuela justo cuando cumplen los quince. Esa y que, además, a esa edad, ``casualmente´´ es en l que ya está permitido por ley que dejen el instituto. Así que Sálix hizo lo único que pudo para salvar el sueño de Iris: se sacrificó, abandonó los estudios y sustituyó a su hermana en muchas de las tareas para que ella no tuviera que renunciar a su deseo más ansiado.

Y, ¿tienes idea de qué es lo que se hace en sexto? pregunta él, agachando la mirada hacia los lechosos y pequeños pies de su melliza—. Es decir, ¿por qué nadie consigue aprobarlo con sobresalientes?
No lo sé contesta ella.
Iris balancea el pie derecho hacia adelante y hacia atrás para dejar de sentir por unos segundos el gélido y llano cemento bajo él.
La hermana de Bellis dice que por mucho que te esfuerces es imposible, que en su clase había un chico que en los exámenes lo escribía todo exactamente como en el libro e incluso añadiendo más información, y aun así siempre le bajaban unas décimas con cualquier excusa, parecido a un concurso amañado, sólo que nadie gana. Pero yo no me lo creo o más bien, intenta no creérselo—, ¿Cómo sabe ella que estaba igual que en el libro si nunca nos dejan mirar los exámenes de los compañeros? ¿Acaso se lo dijo él? ¿Y cómo está tan segura de que no le mintió, o exageró?

Con cada pregunta que va formulando su corazón se calma un poco, porque cada vez tiene más armas con las que desmontar los argumentos de la hermana mayor de Bellis, cada vez tiene más razones para creer que ella sí logrará esos sobresalientes y accederá a la beca para ir a la universidad, lo que le convertirá en una Alfa.
Eso se parece bastante a lo que dice Aedes asegura Salix.
Aedes es idiota.
No digas eso, es tu padre.
Y el tuyo le recuerda Iris. Y eso no lo hace menos idiota.
Iris arde de rabia, es como si su corazón fuese un fósforo y el recuerdo o el nombramiento de ese hombre la superficie rugosa que lo hace prender.

Él siempre dice lo mismo, que pierde el tiempo yendo a la escuela, que jamás logrará convertirse en una Alfa, que lo único que consigue con eso es cargarle con más trabajo del que le corresponde. Pero la peor frase la pronunció hace casi dos años, cuando Salix dejó el instituto y Aedes le insistió en que debería hacer lo mismo, cuando ella finalmente confesó que lo que quería era ser un Alfa espetó:
¿Un Alfa? ¿Pero qué tonterías son esas? ¡Si de verdad crees que algún día podrás ser uno de ellos es que en realidad no tienes ni la mitad del cerebro necesario para serlo! A tu edad, y pensando en esas tonterías... ¡Madura de una vez, niñata! Acto seguido le golpeó en un lateral de la cabeza con la palma de la mano y se marchó.
Iris ha fantaseado varias veces con volverse Alfa, dejar su mundo atrás y no tener que verle nunca más, pero eso antes implicaba abandonar a su madre y a su hermano y ahora a Salix, y no podía hacer eso.

Quizás no lo sea comenta Iris tras un prolongado silencio.
¿El qué? ¿Idiota?
No. Eso siempre lo será. Quizás no sea nuestro verdadero padre.
Salix resopla.
Iris...
¿Qué? ¡Puede ser!... Ya escuchaste lo que dijo mamá.
Su madre, en su lecho de muerte, les había contado que Aedes no era en realidad su padre, e Iris se había aferrado con cada pedacito de su alma a esa remota posibilidad.
Tenía mucha fiebre, estaba delirando. explica Salix.
O puede que la fiebre le hiciera confesar secretos que jamás revelaría estando sana replica Iris.
Sabes que yo también desearía no ser su hijo pero eso es imposible. Me fastidia decirlo pero... Salix suelta un resoplo y aguarda unos segundos, como si estuviera reflexionando si debe expresar lo que se le pasa por la mente si Aedes no fuera nuestro padre no estaríamos aquí... no estaríamos vivos.

En el fondo, Iris sabe que su mellizo tiene razón. Aedes era el correspondiente de su madre, es decir, el Beta con el que se le había asignado casarse y formar una familia.
En esa raza el amor no existe, y, si lo hace, el gobierno se encarga de cortarlo de cuajo cuando cumplas los dieciocho años, que es la edad a la que los hombres y mujeres están obligados a contraer matrimonio con su correspondiente y abandonar su hogar para formar uno con él o ella. Como si no fuera suficiente tener que vivir y soportar el resto de tu vida a una persona al azar, (la cual, bien te puede agradar, bien puedes detestar) además, te imponen que ambos engendréis un hijo.
Si la mujer no está embarazada antes de los diecinueve, ambos deben presentarse en el médico para que determine cuál es la causa. Si existe algún problema, el doctor se encarga de someterlos a los tratamientos de fertilidad necesarios (los únicos que cubre el estado) para que puedan crear una vida nueva. Si el problema es irreversible debido a que el hombre o la mujer es estéril, esta persona es eliminada, y a su fértil viudo o viuda se le asignará otro Beta.

Casarse con una persona que no te corresponda es inconcebible, ya que para ello necesitas otorgar la documentación que confirme que habéis sido asignados el uno al otro por el gobierno. De otro modo, quién oficie la boda se negará en rotundo, y si aun así está dispuesto a hacerlo, el enlace no tendrá ninguna validez legal.
Sin embargo, concebir hijos de alguien que no sea tu correspondiente conlleva consecuencias más graves. Para empezar, el delito será evaluado por un juez superior, que determinará las medidas a tomar, aunque en la mayoría de los casos siempre son las mimas: los descendientes ilegítimos serán asesinados y ambos progenitores, junto con las parejas que se les hayan designado, sufrirán el castigo físico que el juez crea conveniente, y más tarde se les cambiará el empleo que poseen por otro en el que se vean obligados a realizar un trabajo repugnante o muy peligroso.

Al poco de nacer, el ADN de padres e hijos es analizado para comprobar que realmente no se ha producido adulterio. Si de verdad no fueran descendientes de Aedes se hubiera visto reflejado en los análisis, y ellos hubieran sido asesinados.

Además continúa Salix¿Cómo puedes pensar que mamá sería capaz de algo así? replica, con tono ofendido.
¿Por qué todos lo veis tan mal? ¡Ni que fuera antinatural querer estar con alguien que no sea tu correspondiente! contraataca ella, furiosa.
Antinatural no, pero es ilegal.
Que sea ilegal no significa que sea malo.
Si tenemos normas es por algo.
O sea, que no te importa lo más mínimo que dentro de un año y tres meses, cuando cumplas dieciocho, tengas que casarte con una completa desconocida afirma ella, sarcásticamente, mientras alza los brazos en un gesto de frustración.
¿Te crees que me da igual? ¿Pero qué quieres que haga? No todos tenemos la opción de convertirnos en Alfa y librarnos del casamiento obligatorio. Además, ¿por qué te preocupas tanto? Si estás tan segura de que vas a ser uno de ellos podrás casarte con quién quieras y cuándo quieras. Podrás incluso no casarte nunca.
Me preocupo por ti la voz de Iris suena suave y conmocionada—. No es justo que ellos sean los únicos que puedan tener amor.
Iris, el amor no existe. Sólo es algo que ellos se inventan para hacer su vida aún más fácil de lo que ya es.

Su melliza lo mira, aturdida por sus palabras y sus pensamientos. Pero justo cuando se dispone a responder, la tos ronca y alarmante de su hermano interrumpe la conversación.
-¡Salix!
Él se tapa rápidamente la boca y le da la espalda a su hermana, doblando el lomo y agachando la cabeza. Cada pocos segundos inhala como si fuera la última bocanada de aire que fuera a dar en su vida.
Deberías ir al médico. Podría ser algo grave aconseja, su preocupación casi se puede palpar.
Y tanto que podría ser grave, la última vez que alguien comenzó a toser en su familia lo dejaron estar, y ambos saben cómo termino todo.
No contesta él, una vez ha finalizado la tos—. Estoy bien, no es necesario asegura, dándose golpecitos en el pecho y acomodándose la garganta.
Este año sólo mamá ha ido al médico. Seguro que los Luctor te lo pagan y...

La expresión de Iris muda por completo cuando baja la mirada al suelo y ve más allá de donde está su hermano.
 ¿Qué... Qué es eso? pregunta mientras avanza hasta situarse al otro lado de Salix, donde se agacha para poder ver las pequeñas manchas oscuras que yacen sobre el cemento.
No es nada. Venga, vámonos. Será mejor que te duermas ya —advierte Salix, apoyando una mano sobre su hombro.
Espera dice levantando la mano de forma que su palma mira hacia atrás—. Esto es sangre señala al observar que las gotitas, en ese lugar, donde la única iluminación proviene de las casas y las calles de los Alfa, tiene un color granate.
Iris abre súbitamente los ojos cuando se da cuento de lo que eso significa y, conmocionada y estupefacta, rogando en su mente que no sea lo que parece, se levanta despacio y mira atónita a su mellizo
Iris yo... titubea él.
Esto es sangre insiste, con un hilo de voz que la hace sonar más dulce aún.
Sus ojos lo observan con compasión y suplica, los labios le tiemblan y no está segura de poder articular palabra.
Has... Has tosido sangre. indica.
Su mano cubre su boca y de sus negros ojos no tardan en brotar las primeras lágrimas.
No puede ser. No puede ser se repite a sí misma mientras sacude la cabeza una y otra vez.

Y es que realmente, que vuelva a suceder es inimaginable para ella. Es imposible que la desgracia sacuda de nuevo a la familia ¿La misma desgracia, a la misma familia? ¿Qué clase de broma macabra del destino es esa?
Seguro que no está pasando, seguro que se ha quedado durmiendo en su cama y ha soñado que iba tras su hermano y charlaba con él, un sueño como otro cualquiera, hasta que, en algún punto, se torció y se convirtió en una pesadilla

Se suponía que esto no iba a volver a pasar. Se suponía que no era contagioso. Salix continúa, mirándole a los ojos a través de una espesa y cristalina capa de lágrimas,creo que tienes... creo que tienes...
¿Ludia? Lo sé confirma tranquilo.
Su corazón se agrieta por mil sitios distintos a la vez y su cerebro se ve envuelto en una nube de confusión y miedo que no quiere condensar para no encontrar la verdad que se oculta tras ella.
¿Lo sabías? ¿¡Lo sabías y no me dijiste nada!? ¿¡Cómo has podido callarte algo así!? ¿Tienes una enfermedad mortal y decides no contármelo? grita ella exaltada, apretando los puños con fuerza.
Se puede sentir la rabia más allá de la oscuridad de sus ojos quebrados.
Vas a moriste, Salix. ¡Vas a morirte! exclama una y otra vez al tiempo que la da golpecitos en el pecho en un inútil intento de descargar su ira.
Las palabras apenas se pueden adivinar en el temblor de su aguda voz.